En el Japón medioeval, un gran guerrero jefe de clan, después de una partida para cazar un jabalí mientras está reunido con sus hijos y otros jefes, cae profundamente dormido y alega haber tenido un sueño, en el que se encontraba totalmente solo en la inmensidad. Decide renunciar a su cargo y otorgarlo a uno de sus hijos pero, a partir de allí, se desencadenará una feroz lucha entre ellos por conservar el mando. Mención aparte merecen los encuadres del cielo, nuboso o con luna, a veces acompañando impresionantes escenas bélicas, filmadas con arte y conmoción (majestuosa es la salida del líder con su castillo en llamas en primer plano, flanquedo por huestes con estandartes amarillos y rojos). En general, las escenas militares son notables, por ejemplo el momento en que un guerrero mira, casi con resignación, el pedazo de brazo que perdió que sostiene con la mano supérstite. Pero la película no se agota en la faz bélica sino que insinúa mucho más a nivel psicológico y social, mostrando los celos, las guerras interminables productos de las rencillas por el poder y el obsesivo planteamiento del anciano protagonista, convencido de que, acaso, está viviendo en el infierno, como lo parece testificar su joven bufón que anuncia: "El horror indecible en la llanura seca..." Y es que, en su huida, el jefe encuentra refugio en la casa de un joven ciego, que quedó en ese estado por su culpa y apenas parece salir indemne de alguna situación el infortunio vuelve a golpearlo. Una alusión lateral (y no tanto) al papel desempeñado por la mujer en la promoción de guerras (y la creencia no del todo despejada de que pueden convertirse en zorras), y como se insinuó
la posible presencia del infierno, refrendada en el argumento deslizado de que los combatientes por el poder "seguirán disputando el sufrimiento". Y, quizá, la posibilidad de una redención con la misericordia de "Buda". Película profunda, entonces, algo larga pero interesante.