Como a Kathy Bates en Misery, me cuesta no encontrar los episodios sucesivos en el punto en que se quedaron los anteriores. Es por eso que me duele que la madre de Adonis se apellide Johnson y no sea la señora Creed. Es más: este punto es un ultraje.
Los tiempos cambian, y hay que vivir con ello. Igual que hay quien tiene que vivir bajo la sombra gigantesca de un padre gigantesco. Sin embargo, es complicado que en un spin off de Rocky a los boxeadores se los presente como a Boris el Esquiva-Balas. Y es doloroso, y complicado, que lo que falta de Paulie esté al otro lado de una piedra.
Son buenas las coreografías y el montaje, y el desarrollo de la trama está bien llevado. Pero, en mi opinión, tampoco hay rastro del alma que palpitaba en la mayoría de las escenas de las primeras entregas de la factoría.
Soy uno más de los que ha ido envejeciendo mientras un potro italiano recorría de madrugada las calles de Filadelfia a ritmo de Bill Conti; y ahora soy una presa cada vez más asequible para la nostalgia.
Es la edad, que no perdona. Y que día tras día resulta más dificultoso subir la cuesta.