Woody Allen se radicaliza mirándose a sí mismo en el espejo de la ficción. «Desmontando a Harry» es quizá su película más sucia, esto es un inconveniente, aunque yo la encuentro terriblemente amarga y, como dice una de sus admiradoras respecto a la obra de Harry Block, es divertida en su fondo.

El escritor Harry es un fracasado emocional con un montón de perversiones sexuales, adicto a las pastillas, asiduo de prostitutas, infiel y bebedor. Cabe preguntarse: ¿es así el verdadero Woody Allen? Podría serlo, sin duda, si siguiera por ese camino de escepticismo, nihilismo, angustia e hipersexualización de la existencia pero, sinceramente, me cuesta imaginar al hipocondriaco Woody acostándose con una señorita de compañía y destrozándose el hígado con alcohol. Quizá no tenga que ver, pero me resulta curioso saber que en 1997, fecha del estreno de esta película, se casaba con su ex hija adoptiva Soon-Yin tras un escandaloso divorcio de Mia Farrow. Así, Allen parece querer sacar lo peor de sí mismo, lo peor de todo ser humano en realidad, para evitar la tentación, reconciliarse con el mundo y huir de ese fanatismo de angustia que le supone la vida sin entender que es estar vivo una felicidad en sí misma que todos debemos aprovechar.

En «Desmontando a Harry» llama la atención un reparto amplísimo y una incursión en lo fantástico a través de los relatos de Harry que se escenifican entre escena y escena de realidad. Un Woody Allen distinto en su forma pero idéntico en sus neuras. Incisivo, contestatario, imaginativo.

Deja de atormentarte tanto, hombre.