Refrescante. Y es que, a pesar de la historia un poco ambivalente y poco desarrollada en cuanto a los temas sórdidos que toca, La ruta de Salina, ante todo, sirve como testimonio de la belleza y talento (sí, talento, a pesar de que a muchos no les parezca), de mi venerada Rita Hayworth. Se sabe que ya para ese momento la enfermedad que durante tantos años la acompañaría hasta el final de sus días, ya había hecho mella desde hacía una década, y que, imagino, haría de insufribles momentos para tratar de terminar un proyecto fílmico como éste. Sería así. Sin embargo, en pantalla y con una imagen limpia y colorida, se aprecia la madurez plácida de ésta hermosa mujer, detalle que hay que agradecerle al director que se tomó el trabajo de resaltar los más de cincuenta años de Rita con toda la dignidad que merecía la actriz. De su personaje, secundario a la pareja protagonista, Rita saca lo mejor de su trayectoria para darle vida a una mujer tocada mentalmente por la supuesta partida de su hijo encontrando en un furtivo su reemplazo, con todo y la complicidad de una hija joven y bella, que mantenía una relación de tipo incestuoso del hermano en mención y que termina involucrándose sentimental y físicamente con el extraño circunstancial. La trama, es lo de menos. Rita, reluce y para los que siempre la tendremos en nuestros corazones, es una delicia verla en una época ya lejana de sus grandes películas que la encumbraron a lo más alto de las divas de todos los tiempos. Un par de años más, seguiría intentado y luchando antes de poner fin a su carrera. El resto ya es historia.