Siempre he sido especialmente crítico con las películas que tratan temas sociales. Cuando el tema de una película está vertebrado sobre la injusticia y el drama que viven miles de personas todos los días, debemos pedir rigor. No se trata de hacer un documental, pero sí de ser lo suficientemente responsable para saber que no estamos haciendo cine fantástico, de misterio o ciencia ficción; si hacemos cine social debemos mostrar una actitud impecable con el tema, habernos documentado y sentirnos capacitados para la tarea que vamos a llevar a cabo. De no ser así, las consecuencias de nuestros actos podrían ser terribles. Una vez que la ficción está en manos del espectador, esta, pasa a ser casi real. Las personas sufren con los personajes con los que han empatizado, y la película continúa en la mente de las personas rato después de haber acabado (a veces incluso días).
No entiendo la necesidad de hacer una película en la que la premisa sea "hacer sufrir al espectador lo máximo posible", sobre todo porque llega un punto en que, si el drama se exagera hasta el extremo (siendo un drama "real"), la sensación que tiene uno al contemplarlo es la de sentirse mártir, lo cual no está mal si luego se encuentra una explicación a la "tortura". Si la respuesta es "nada", o peor aún, un simple"no te drogues", con darse un paseo por más de un barrio, escuchar los consejos de mamá, o ver una campaña del ministerio contra la drogadicción es más que suficiente y nos evitamos ver esta película. Lo curioso es, sin embargo, que la película se ha convertido casi en cine de culto para jovencitos que se creen muy profundos y quedan en casa, en grupos, para verla con amigos, acompañada, eso sí, de algunos estupefacientes. Qué miedo jugar con fuego. Ya se sabe...