Una cosa flipante es, como en todo el cine de Fien Troch, la manera en la que juega los extrañamientos ya sean a través de explosiones de violencia seca o tras momentos en los que se ve algo inesperado y de índole perturbadora; verbigracia, cuando el protagonista pasa de balsa de aceite a neurasténico encolerizado, y en lo segundo lo de la madre violadora. Sigue usando tomas tras la nuca de los personajes mientras estos andan para dar sobrada información de ellos y del entorno y su contexto, solo que en vez de con tracking shots a la Alan Clarke con un estilo de cámara al hombro que la aproximan de nuevo al naturalismo documental. Y en cuanto a sus hallazgos, que esta señora nunca ni una peli saca sin algún punto novedosos, los planos detalle de los adolescentes moviendo las piernas o juguetendo con las manos mientras afrontan situaciones de nerviosismo con los adultos son un modo espléndido de explicitar su psicología y lo incómodos que se sienten.

Esta es una película donde una línea imaginaria en el suelo de una habitación ubica a la derecha a dos adultos haciendo el esfuerzo de llegar a la generación de la que son padres regalándoles una tv incapaces de ver que ellos están con el smartphone y les suda muchísimo la polla la tele en cuestión, así como los segundos parecen invidentes ante el gesto de los primeros y su manifiesta incapacidad para intentarlo de otra manera. De dos generaciones condenadas a no entenderse. De dos generaciones en la que la adulta garantiza lo mejor que puede a los que vienen (la madre adoptiva dando la segunda oportunidad al chaval ex presidiario) y a la vez les corta las alas porque ¨tu libertad acaba donde a mi me apetezca¨ (ese negarle retomar los estudios sin una justificación convincente)

Peliculón. Y van 4 seguidos.