Sé fuerte. El hombre que susurraba a los caballos.
Extrañeza. Brutalidad. Humor. Morbo. Barbarie. Cinismo. Sordidez (a espuertas). Ternura. Existencialismo. Depresión. Belleza. Poesía (o ansí). Pulp. Terror.
Es Henry: Retrato de un asesino, Yo, Pierre Rivière... de Foucault, es Herzog (desconexión en las afueras de la realidad o del mundo), es Lynch (pulsiones, placer pop malsano turbador celebrativo macabro macaco creativo asociativo enfermizo juguetón), es Jarmusch (sequedad nipona samurái, leve en su despojada marciana esencialidad), es Chabrol (rojo, el carnicero, el crimen, el espanto, lo negro, la ironía), Houellebecq (enciclopedia del dolor, la agonía y la no liberación, estoy en crisis perpetua, El extranjero, o sí o más bien no), y seguramente Jodorowsky (iconoclastia, metafísica tan materialista, juego), y posiblemente Arrabal (patafísica, epatar al burgués, desconcertar al personal), y también Delicatessen (fechada curiosa casualmente el mismo año que la que ahora nos ocupa, viñetas de cómic francés, los espacios reducidos, esos cuartos oscuros, esas casas grimas, esas paredes tétricas, el color de foto vieja como quemada a fuego lento sepia), el cine mudo de los años veinte, El fantasma de la ópera y sus fantasías sicalípticas violentas, o el de Hitchcock de aquella época y su submundo y los Coen y sus tarados santos inocentes personajes buscando infiernos sin siquiera saberlo o ser nada conscientes de todo ello.
Son todo virtudes contrastes y gozos, valentías (cinematográficas formales) y miserias (vitales humanas), iluminaciones infernales, hallazgos y disfrutes, un regalo para (casi) todos los anormales, los únicos que realmente merecen disfrutar del paraíso en la tierra, claro, pero tal vez pesa ese regodeo o complacencia Ripsteiniana Bukowski Chinaski adolescente descerebrada en la cafrada lírica atroz macha mirada que la tengo la más larga, minuta pecata, gozadera, vaya pasote o pasada.