Papi.
Una película de arte (ninguno) y ensayo (algo) en la que pagan las palabras al peso, un millón un euro, y en la que un actor que pega sentado, para qué levantarse si son unos maleducados estos facinerosos, para sí comenta, folla con ropa (en serio, sexo tántrico practica, hacia dentro, lo mismo que profiláctico, él es en sí mismo un condón gigante) y habla sobre lo divino y lo humano mientras el mundo se viene abajo (como decían Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en París sobre su amor y la guerra, nos pirran las referencias, buscar las señales del destino, las huellas del delito, las herencias e influencias, la más cinematográfica genealogía), pero no, falsa alarma, ya que algunos hombres buenos se encargan de que podamos, nosotros no, las migas si hay suerte, un trocito nos llevamos, solo ponemos el culo, vendemos el alma, a lo que salga, los gringos o norteamericanos más bien son los afortunados, los que pueden cerrar el ojo a salvo, ese lujo asiático.
Hablan más que en una peli de Rohmer, de récord Guinness, y con la misma bella razonada parsimonia y parecida enjundia existencialista naturalista de primer orden, y pegan mamporros con una gran economía de medios, de manera minimalista, diría, si somos precisos, que sobre todo nipona, tal baila o caga calza la perra.
Fotografía de podredumbre, altamente deprimente, interpretaciones sin interpretación y dirección de alcanfor para un producto que se ríe en la cara del diazepam, el tranxilum y todas esas mierdas abyectas que si la gente tuviera dos dedos de frente, que no, y prestara atención a lo que importa, que tampoco, descubriría películas como esta, que de ninguna manera, y mandaría a tomar por culo de una vez por todas, por fin, a todas las farmacéuticas, a la ruina, no hay comparación, está comprobado, esto funciona y además es gratis, bueno, más o menos, solo te obliga posteriormente a escribir sobre ella para limpiar tu espíritu de tantas impurezas, lo uno por lo otro, nadie se queja.