Black or White. Scarlett Johansson.
Obra cumbre del arte contemporáneo que supone una cala insuperable como reflexión a tumba abierta, y sin paracaídas, sobre el espinoso, y muy vidrioso, asunto de la raza, qué carga, cuánto marca, y, en definitiva, sobre la frágil identidad, tan maleable y difusa.
Absolutamente asombrosa y vigorosa, llena de tesoros como en la cueva de Alí Babá, creo que yo destacaría por encima de todo sus sorprendentes y geniales giros de guion, qué rigor y precisión, la creativa y milimétrica construcción de personajes, qué riqueza y profundidad, la maravillosa representación de los tenues, pero decisivos, hilos que unen el escurridizo pasado con el proteico presente, la indagación perturbadora en la nueva masculinidad, en difícil proceso de transformación, la apuesta temeraria por la paternidad anciana y las relaciones intergeneracionales tan separadas temporalmente, aunque nunca es tarde si tu nombre es Sean Connery, la deliciosa metáfora del sur americano como reflejo bello de todos los pecados del mundo, el cuestionamiento radical de la justicia y la reivindicación de la lectura de la Biblia, la negación de la silla eléctrica o, ya en lo más puramente ficticio, cómo se utiliza un género narrativo convencional para ponernos delante de un espejo y cómo crece una película cuando las interpretaciones son tan ajustadas, sobrias y llenas de variopintos matices... En fin, un compendio, una enciclopedia antropológico-filosófica de lo humano que abarca todo el saber sin perder de vista el mucho entretener; y, ya acabo, un prodigio artístico lleno de recovecos y hermosuras, a punto de explotar de significado, con tanta coherencia e ingenio.