Bien. El tratamiento de la homosexualidad en el cine va normalizándose. Ya no hace falta el morbo o la truculencia. Tampoco la reivindicación. La cosa está tan normalizada que los estables matrimonios gays también pueden tener sus crisis y ser tan convencionales o conservadores como cualquier pareja tradicional. Esta familia, incluso, podría ser una de las que nos gustaría formar parte.
Lo que queda claro es que lo que conforma a una familia no es únicamente la biología. Que el funcionamiento de la familia, como el del matrimonio, hay que currárselo. Y en esta película se viene a negar eso de que “la sangre es más espesa que el agua” y a defender que el verdadero mortero de las relaciones familiares es el respeto en la convivencia y la común superación de los inevitables conflictos.
Se ve con agrado. El guión es ligero y divertido y tampoco se pone demasiado solemne en los momentos más dramáticos. Todos los actores están muy bien, sobre todo Bening y Moore. Lástima que la realización sea tan plana como la de un telefilme.