La película Stalker se desarrolla casi en su totalidad dentro de un lugar llamado "La zona", punto geográfico devastado (en teoría por un meteorito) y derrumbado con puntos visuales propios de una central nuclear (sí podríamos definirlo como un escenario post apocalíptico). Se nos presentan tres personajes, que tan sólo los conocemos por los nombres de Stalker, el profesor (el físico) y el escritor, que serán los que nos conduzcan por los distintos senderos y habitáculos que constituyen el área simbólica que representa La zona hasta llegar al punto culmen de dicho lugar: la habitación.
Un espacio, según explica nuestro Stalker, mágico, el cual hace realidad nuestros sueños o deseos más profundos e inconfesables. La dificultad para llegar hasta ése punto se encuentra en superar todas las barreras físicas o psicológicas que, de alguna forma, sirve a su vez como defensa del propio lugar (realzado con letra mayúscula como lo que podría ser "en cualquier otra parte del mundo"). Consiguiendo de ese modo, la "pureza" o "sinceridad" real del huésped.
Dentro de la realidad ficticia de Stalker, Tarkovski define dicho personaje como una especie de guía clandestino espiritual, conocedor del área con los conocimientos y habilidades necesarios para poder vencer las dificultades de la zona, un servicio que presta a personas interesadas a cambio de un intercambio monetario.

Así pues, el objetivo principal y el argumento básico de la película se basan en gran medida en el personaje del Stalker y en que éste consiga que sus dos aspirantes (y con el término de aspiración hago referencia a la meta religiosa a alcanzar por el primero), logren penetrar, o al menos uno de ellos, dentro del interior de La zona para alcanzar la habitación. El espacio, vamos a llamarlo, de las revelaciones.
La zona y sus elementos físicos sobretodo, cobran una importancia condenadamente especial dentro del reino vegetal y acuático en su abundante presencia que compone la paleta visual poética del entorno metafísico que representa y que adquiere, en un sentido más litúrgico, un valor celestial; de la idea artística orgánica que define el elemento del agua como un personaje clave más dentro de su historia, que es sin duda es uno de los pilares fundamentales en los que se sostiene el largometraje, y por otro, las ruinas y la opresión/asfixia que nutren el lugar, que es cuando queda todo el conjunto debidamente arropado y, simplemente, da paso al trabajo actoral.
En este encuentro de personajes, claramente referenciados en el argumento como las tres bases más enfrentadas entre sí universalmente, la fe o religión (incluso el espíritu, a vuestra libre interpretación), la ciencia y la filosofía, son las herramientas que marcan el paso de la película y con las que más juega nuestro director, que es, en esencia, lo que constituye el grosor de su guión.
En resumen, estas son las piezas, que de momento yo encuentro, con las que se arma completamente este puzzle, muy personal, y a la vez, muy libre, sujeto a múltiples interpretaciones como vengo defendiendo en estas líneas.

A modo apunte personal, creo que el plano fijo alargado hasta la extenuación en algún que otro momento, le pesa un poco. Sinceramente. Como tampoco acabo de comprar del todo la exageración femenina en su inicio, o -casi- la ausencia (narrativa) de ésa víctima del lugar, hija de su historia, que es uno de los motivos que empuja a nuestro principal a tomar sus decisiones.

El resto, que no es poco, me parece sublime.

Nota: 8'5