Es oficial: he acabado con Danny Boyle. Después de algunos coletazos de genio ha cruzado la sutil línea que separa el estilo del auto-plagio y su infinidad de tics visuales y su montaje exuberante a ritmo de pop ya son demasiado para mí. Sin embargo, el principal problema no es este, ni la extremada frialdad de la puesta en escena, sino el desatino mayúsculo que es un guión que mezcla los robos de arte con otras subtramas que no desvelaré y la absoluta incapacidad del reparto para meter al espectador en la película. En ningún momento se entienden las motivaciones de los protagonistas y solo quedan para el recuerdo (bien triste es), la presencia física de ese animal cinematográfico que es Vicent Cassel y la presencia genital de Rosario Dawson; de lo demás, solo queda confusión, actos absurdos, diálogos chanantes y la desagradable sensación de que Danny Boyle se quiere mucho a sí mismo y firma cheques que su cámara no puede pagar. En definitiva, thriller británico de lo más merluzo.