Lo de Pixar ya no tiene nombre. Cuando parecía que era imposible mejorar lo inmejorable van y sacan del horno otra obra maestra. Ratatouille es, por encima de todo, una maravilloso alegato a la libertad, un trepidante camino en busca de la propia identidad y una exquisita invitación a la superación personal.

La rata Remy es un personaje encantador, ambicioso pero a la vez altruísta y generoso. Por otro lado aunque Linguini se nos presenta como un personaje ingenuo y patoso, pronto vemos que todo ser humano es corruptible por su propia ambición aunque finalmente se imponga la amistad y el reconocimiento a su alter ego. Y hablando del ego, otro de los personajes, el implacable crítico Anton Ego sufre una catarsis inolvidable al final de la película.

Es curioso pero en Ratatouille no hay personajes negativos al 100%. Cada uno es esclavo de sus ambiciones o de sus prejuicios, en definitiva de la condición de ser persona (dejando a un lado que en este caso algunos de los personajes sean ratas, circunstancia que actúa a modo de metáfora).

Técnicamente no se puede describir con palabras. Sencillamente es deslumbrante, magnífica, perfecta. Todo es armonioso en esta película, porque mezcla humor, amistad, sacrificio y coraje con una pizca de denuncia social. Sin duda una receta casi tan inmejorable como el ratatouille francés.