Sorrentino comienza planteando un Papa híbrido entre dictador y publicista, que ve a la Iglesia como una nación y al papado como un plan de marketing, con una sucesión de inverosimilitudes que la vulgariza. Ahí es una posibilidad perdida de haber hecho una serie de mayor interés sobre los entresijos reales del Vaticano.

Pero la serie va mutando y, tras conformarnos, uno puede dejarse llevar y disfrutar. Ahí es donde este Young Pope nos conquista con el mismo fuego de artificios con el que intenta conquistar al mundo en la ficción. Es una paja mental realizada con gusto exquisito y medios que la visten de superproducción (gracias Cinecittà).

Ya en los últimos episodios parece encontrar el tono definitivo. Abandona la paleta de blancos y negros para profundizar en los grises y aumentan los momentos de brillante lucidez que elevan la serie. En el futuro veremos si sube o baja. En cualquier caso, confirma a Italia como cabeza de la ficción televisiva no inglesa.

Recomendada para amantes de la realidad deformada, las conspiraciones y los grandes diseños de producción.

(Valoración provisional tras ver la primera temporada)