Llevo todo el día preguntándome si me gustó Mad Max o no. Si me gustó de verdad, quiero decir. Si es la película de acción del año (o de la década) como se dice por ahí.

El problema de Mad Max no es ni la música, ni el montaje, que son excelsos. A uno se le escapan dos lagrimones cuando ve una peli hecha sobre todo con decorados y personas, en lugar de CGI a mansalva. La diferencia es insalvable, y la nostalgia no hace sino ensanchar la brecha. No, el problema de Mad Max no es ese. Pero tiene dos.

El primero es el principio. Un principio como la copa de un pino, acojonante. Tan bueno es, que lo que viene después ya no está a la altura. O no lo supera. Con lo cual, ese in crescendo tan deseable en la intensidad de la acción se pierde un poco y la carretera se hace más bien cuesta abajo en vez de cuesta arriba. Claro que igual es que soy demasiado clásico con esto de las estructuras y los ritmos. Ahora las películas no tienen apenas un primer actos y van a la yugular antes de preguntarte cómo te llamas y a qué te dedicas. La acción predomina sobre el personaje, y el final abres el ojo a la mañana siguiente y no sabes ni a quién tienes al lado.

Que es el segundo problema de la historia. Max. El prota que no es el prota. Muchas muecas, muchos gruñidos, pero me deja frío, la verdad. Un protagonista tiene que llevarte en brazos, tienes que sufrir, reír, llorar, pasar miedo con él. Y no es el caso. Para todas esas cosas me quedo con Charlize Theron, manca y rapada.

Y es que estaba difícil. Porque no es la película de acción de la década, pero su trailer sí que lo es. Y como pasa ahora, no se dejaron nada en la recámara: todo lo mejor, o casi todo, ya lo has visto antes de que empiece el espectáculo. Y eso pasa factura. Pero bueno, a pesar de los pesares, esta es una peli para disfrutar en pantalla grande y vibrar con el delirio apocalíptico de un George Miller que, con 70 años, se ha cascado una película filmada en arena y adrenalina. Me hubiera gustado, eso sí, que hubieran destilado un poco más la gasolina porque al final, con el coche tan tuneado, no acerté a quedarme con la cara del que lo conducía.