Una vida triste, aburrida y perra puede tocar a su fin con un golpe de suerte, como por ejemplo un premio millonario que te da la oportunidad de soltar amarras y de empezar una nueva vida. Pero, tal vez, tu antigua vida no quiera dejarte marchar.
Tanto en el caso del anciano al que los números de la suerte eligieron como el de la vendedora de pisos que se topó con la fortuna cara a cara, su presente no aceptó convertirse en pasado e hizo uso para intentar retenerlos de una comunidad de vecinos que representan lo peor de lo peor del ser humano: envidia, amargura, odio, codicia, visceralidad, irracionalidad, falsedad, instintos asesinos…
Alex de la Iglesia construye un relato de personajes y ambientes grotescos, hundidos en el fango, caricaturas la mayoría pero que nunca dejan de parecernos reales, quizá porque sabemos que, en determinadas circunstancias, el ser humano puede llegar a ser eso o incluso más (sólo hay que ver la jubilación de 70 años y los 35 años para calcular la pensión que proponen los empresarios para ver hasta qué punto pueden ser cabrones los seres humanos con tal de llenar la saca propia).
El espectador se sumerge hasta el fondo en las miserias del relato y termina angustiado por el acoso y derribo que se sigue contra el personaje de Maura, que sin embargo participa de la codicia que reina en el ambiente como la que más. Un buen ritmo narrativo y unas interpretaciones muy logradas conforman un producto de grato visionado.
El motivo por el que le he puesto un 7 en vez de un 8 es por el final, que no me termina de convencer, lo veo demasiado ajeno al ambiente que se ha ido dando durante el resto del metraje.

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