Nunca una película de animación tuvo un comienzo tan “dulce” (por decirlo de algún modo) y embriagador y un desenlace tan esperado como terrorífico, desde luego no apto para niños que quieran dormir bien. La primera parte nos muestra un mundo sorprendente creado por Neil Gaiman y Henry Selick, con una influencia de Tim Burton imposible de esconder. Un universo extraordinario te va atrapando hasta compartir toda la felicidad de una extraña y aburrida niña deseosa de nuevas emociones. A partir de ahí lo ves venir, pero al igual que Coraline, tampoco puedes dejar de desear un poco más de seducción fantástica. Después ya es demasiado tarde, y vuelve la pesadilla de aquellas navidades de 1993. Maravilla inicial, miedo y angustia posterior, un nuevo y atractivo hechizo de la mano de tres genios brujos del cine de animación. Ah, y por supuesto: niños no, gracias; hay que dejarlos crecer.