Pocos actores son tan apreciados, laureados y premiados como Sean Penn y Robert De Niro, amigos íntimos, además, desde hace décadas. Sin embargo, es justo decir que, en algunos trabajos, ambos pueden ser también dos de los intérpretes más histriónicos y, en cierto modo, "insufribles" en sus muecas del mundo del cine.
Por suerte, aunque hay algo de eso en la interpretación de ambos actores en Nunca fuimos ángeles, la simpatía y el entretenimiento vencen al histrionismo. La comedia de Neil Jordan (uno de los directores más polivalentes y cambiantes de los últimos 30 años) es una cinta de visionado muy agradable, divertida, tierna y marcada por el innegable carisma y buen hacer de Penn y De Niro. Y ojo a los secundarios porque, como quien no quiere la cosa, por allí desfilan el siempre hilarante Wallace Shawn, una todavía dulce y delicada Demi Moore y un entonces desconocido John C. Reilly.
Una película muy simpática sobre dos prisioneros huidos que han de refugiarse en una pequeña comunidad al ser confundidos con unos muy esperados sacerdotes católicos y que, por supuesto, descubren en el proceso la manera de cambiar sus vidas gracias al amor, la amistad y, quizás, también la fe.