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Talibán rating:
7
6.8
26,815
Drama. Romance
College sweethearts Greta (Keira Knightley) and Dave (Adam Levine) are songwriting partners who move to New York after he lands a deal with a major label. When he strays, heartbroken Greta considers moving back home to Britain. Before she leaves, she's spotted on stage by a down-on-his-luck record producer and former music business executive (Mark Ruffalo) who recognizes her musical talent and opens up an entire world of possibility for both of them. [+]
Language of the review:
- es
July 12, 2015
28 of 30 users found this review helpful
Esta crítica viene provocada por un mensaje de whatsapp que me ha llegado hace tres horas. Me lo envió el amigo que, en su momento, me había recomendado ver esta película.
No pensaba seguir su consejo pero ayer la proyectaron en un cine de verano de Sevilla y eso la convierte automáticamente en una opción nocturna a considerar.
“Begin Again” no es más que la enésima gran película “indie” del año diseñada por los hermanos Weinstein para ser proyectada en dos mil salas comerciales “wolrdwide”. Eso basta para definirla, ya que en muchos aspectos lo que ofrece es intercambiable con otras similares y la debilidad de la historia y la falta de originalidad de los personajes vienen oportunamente encubiertas por la levedad de la dirección, ni demasiado convencional ni demasiado extravagante. Leo que la banda sonora de una película que se supone que enaltece la industria alternativa de la música está distribuida por el sello de Madonna y Lady Gaga. Pero supongo que así son las cosas.
Aún así se puede disfrutar. La película en sí está en los fragmentos que no cuentan nada, en las canciones y en algunas escenas curiosas como aquella en la que Mark Ruffalo visualiza los arreglos de la canción que canta en directo Keira Knightley.
Y la secuencia del tejado. Me da pereza mirar el título completo de la canción que interpretan, que es algo largo, pero no tiene pérdida.
El cine no siempre es encuadre, diálogo, montaje, oportunidad de los planos, movimiento de cámara. Tengo la suficiente edad para haberme enterado ya que el cine también puede ser esto. Es excelente cómo se consigue un suspense muy natural en torno a algo tan aparentemente nimio como la entrada de un solo de guitarra. Escenas de este tipo se han filmado miles de veces y siempre resultan falsas.
No pensaba seguir su consejo pero ayer la proyectaron en un cine de verano de Sevilla y eso la convierte automáticamente en una opción nocturna a considerar.
“Begin Again” no es más que la enésima gran película “indie” del año diseñada por los hermanos Weinstein para ser proyectada en dos mil salas comerciales “wolrdwide”. Eso basta para definirla, ya que en muchos aspectos lo que ofrece es intercambiable con otras similares y la debilidad de la historia y la falta de originalidad de los personajes vienen oportunamente encubiertas por la levedad de la dirección, ni demasiado convencional ni demasiado extravagante. Leo que la banda sonora de una película que se supone que enaltece la industria alternativa de la música está distribuida por el sello de Madonna y Lady Gaga. Pero supongo que así son las cosas.
Aún así se puede disfrutar. La película en sí está en los fragmentos que no cuentan nada, en las canciones y en algunas escenas curiosas como aquella en la que Mark Ruffalo visualiza los arreglos de la canción que canta en directo Keira Knightley.
Y la secuencia del tejado. Me da pereza mirar el título completo de la canción que interpretan, que es algo largo, pero no tiene pérdida.
El cine no siempre es encuadre, diálogo, montaje, oportunidad de los planos, movimiento de cámara. Tengo la suficiente edad para haberme enterado ya que el cine también puede ser esto. Es excelente cómo se consigue un suspense muy natural en torno a algo tan aparentemente nimio como la entrada de un solo de guitarra. Escenas de este tipo se han filmado miles de veces y siempre resultan falsas.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
A la salida del cine le mandé un escueto mensaje a mi amigo, que me contestó esta mañana:
“El alma de un guitarrista no sube al Cielo, sino al tejado de su casa”
Tres horas me ha llevado descifrarlo, hasta que comprendí que era una referencia –y ahora caigo que la escena en sí es un homenaje muy claro- a los Beatles y a George Harrison. Otro guitarrista, como mi amigo, lo hubiera cogido enseguida.
Los que saben de esto tienen claro que Harrison no era un intérprete especialmente dotado y que el Cielo de los guitarristas está ocupado por mil virtuosos de la cuerda que le anteceden en talento. Eso es justamente lo que hace única su intervención en el tejado de Apple Records, como bien dice mi amigo, “su casa”. Están los que adoran escuchar “Get back” y “Let it be” y están los que simplemente les gusta, están los expertos que piensan que su técnica es primitiva y los profanos que nos importa poco la técnica, pero todos sin excepción en realidad estamos dejando pasar el tiempo esperando la entrada del solo de Harrison, y quien diga lo contrario miente. ¿Por qué?
Me parece que el destino de todos los guitarristas del mundo, incluidos los profesionales si aún les queda un resquicio del alma que alguna vez subió al tejado de Apple, no es inventar arpegios asombrosos ni hacer rugir Wembley; es tomar al vuelo algo que ya es hermoso y encontrar de improviso la manera de elevarlo. Por eso resulta tan emotiva la escena en la que Hailee Steinfeld toca la guitarra, y consigue lo inesperado: encajar. Traspasar la barrera del observador y sumergirse con naturalidad, sin forzar el ritmo, en lo que hasta ese momento contemplaba.
Eso está alcance de cualquier músico, hasta del menos cualificado, de Steinfeld y de mi amigo. Porque es un privilegio de ellos, los músicos, que los demás admiramos con fascinación y sobre todo con envidia; cómo te gustaría fundirte en el todo armónico, hacerlo en marcha, formar parte de él para siempre y dejar de ser un simple espectador.
Y también te gustaría abrir de esa manera el centro del alma. Olvidar las limitaciones aunque sólo sea una vez. Poder recordar toda la vida –como un milagro imperceptible, como algo que simplemente vino- el momento en que te subiste al tejado de casa y encontraste lo que ni siquiera sabías que tenías.
“El alma de un guitarrista no sube al Cielo, sino al tejado de su casa”
Tres horas me ha llevado descifrarlo, hasta que comprendí que era una referencia –y ahora caigo que la escena en sí es un homenaje muy claro- a los Beatles y a George Harrison. Otro guitarrista, como mi amigo, lo hubiera cogido enseguida.
Los que saben de esto tienen claro que Harrison no era un intérprete especialmente dotado y que el Cielo de los guitarristas está ocupado por mil virtuosos de la cuerda que le anteceden en talento. Eso es justamente lo que hace única su intervención en el tejado de Apple Records, como bien dice mi amigo, “su casa”. Están los que adoran escuchar “Get back” y “Let it be” y están los que simplemente les gusta, están los expertos que piensan que su técnica es primitiva y los profanos que nos importa poco la técnica, pero todos sin excepción en realidad estamos dejando pasar el tiempo esperando la entrada del solo de Harrison, y quien diga lo contrario miente. ¿Por qué?
Me parece que el destino de todos los guitarristas del mundo, incluidos los profesionales si aún les queda un resquicio del alma que alguna vez subió al tejado de Apple, no es inventar arpegios asombrosos ni hacer rugir Wembley; es tomar al vuelo algo que ya es hermoso y encontrar de improviso la manera de elevarlo. Por eso resulta tan emotiva la escena en la que Hailee Steinfeld toca la guitarra, y consigue lo inesperado: encajar. Traspasar la barrera del observador y sumergirse con naturalidad, sin forzar el ritmo, en lo que hasta ese momento contemplaba.
Eso está alcance de cualquier músico, hasta del menos cualificado, de Steinfeld y de mi amigo. Porque es un privilegio de ellos, los músicos, que los demás admiramos con fascinación y sobre todo con envidia; cómo te gustaría fundirte en el todo armónico, hacerlo en marcha, formar parte de él para siempre y dejar de ser un simple espectador.
Y también te gustaría abrir de esa manera el centro del alma. Olvidar las limitaciones aunque sólo sea una vez. Poder recordar toda la vida –como un milagro imperceptible, como algo que simplemente vino- el momento en que te subiste al tejado de casa y encontraste lo que ni siquiera sabías que tenías.