En un alarde de astucia cinematográfica, Carlos Theron ha pescado, en las productivas aguas de la comedia italiana reciente, argumentos para su nueva película, remakeando, como ya hiciera Álex de la Iglesia en la exitosa “Perfectos desconocidos”, un éxito del país transalpino adaptándolo a los gustos y formas locales. El resultado es una chisposa comedia que se beneficia de un ajustado guión y unas acertadas interpretaciones a cargo de un inspirado elenco. Con su buena dosis de crítica social, aunque esta se va diluyendo conforme la película se adentra en terrenos puramente cómicos, “Lo dejo cuando quiera” se beneficia de la perfecta sincronización entre el verbo hilarante y el ejercicio de slapstick, sacando el jugo a su base inspiradora de marcado carácter “breakingbadiano” sin olvidar su vocación de cine popular. Ello no es óbice para que, sin embargo, detrás de su fachada de puro divertimento, se pueda intuir un poso de amarga reflexión teñida de crisis generacional. Una doble lectura que, sin duda, la hace más interesante, a la vez que le permite sobresalir por encima de propuestas similares menos afortunadas.

Lo mejor: su prodigioso ritmo, que hace que la historia no decaiga en ningún momento.

Lo peor: que las gansadas provoquen más carcajadas que los ingeniosos diálogos.