El Robin Hood por excelencia es Errol Flynn, por mucho que hayan pasado otros actores por la piel del forajido. Y la versión que a los amantes del cine nos viene primero a la cabeza es esta de Curtiz y Keighley. El australiano salta, brinca, cabalga, sonríe, maneja el arco y perpetra piruetas varias con un desparpajo que no se ha superado todavía. Es más, le sienta el color verde y las mallas mejor que a nadie.

Manufacturada en el Hollywood dorado, impresiona actualmente los decorados nada acartonados, el manejo de los extras o el trabajo de sonido, con unas flechas que parecen pasar al lado de nuestros oídos. Y su color es desbordante frente al blanco y negro, metafóricamente hablando, y la falta de dobleces de unos personajes hechos de una pieza. Los malos son ridículos, los buenos son blandos y los momentos de humor no me dibujan ni una mueca en la boca.