No es una historia más.
Hay problemas que se tratan con tanta delicadeza como crudeza, a la vez.
La esclavitud en la que trabajan los afganos, respecto a los capataces iraníes.
El empleo de mano de obra barata, incluso niños, sin contrato, sin seguro, sin vacaciones, sin días libres, sin derecho a sanidad.
El contraste entre la cultura de los afganos, el respeto a sus tradiciones y a su mundo interior y privado frente a la vulgaridad de los iraníes que sólo se preocupan de su jornal.
La espiritualidad frente a lo terrenal.
Ella es capaz de encontrar la belleza incluso en una escombrera. La delicadeza de su trato y su silencio son capaces de conmover al más bruto.
Ella responde con el silencio y las buenas maneras ante la violencia y las brutalidades y esto les conmueve...
La mujer no puede trabajar donde trabajan hombres, la mujer tiene que estar callada y ser sumisa, la mujer debe taparse bajo un manto, pero la mujer está ahí.
¿No es acaso una revolución silenciosa e incruenta el hacer ver al otro que su actitud está mal?
Tanto que se avergüence de sí mismo y sea capaz de renunciar a todo.
Es increíble que con tan pocas palabras se pueda decir tanto. No es una película de palabras, sino de silencios.