Siempre que revisito a Buñuel tengo la misma sensación: desde que se inicia la película siento como si me golpearan sin piedad, como si no pudiera respirar, pero a la vez me siento tan hipnotizado por la historia que no puedo apartar la vista de ella.

Los Olvidados es un ejercicio de realismo tan potente que uno no sabe si los actores están actuando o si Buñuel cámara en mano ha salido a las calles de Ciudad de Méjico a rodar un documental sobre la miseria.

No hay lugar para concesiones, no hay sitio para la bondad o la redención. La miseria que rodea a los personajes acaba envolviendolo todo. Ni siquiera en sueños, único momento onírico, pueden ser felices.

Sin apenas medios, con los profesionales que podía contar en Méjico, sin un gran presupuesto, Buñuel rueda con maestría este ejercicio de neorrealismo al nivel de los más grandes.