Esta tan única como surrealista obra de arte es otro de esos claros ejemplos de que se le puede dar otra vuelta más a la tuerca si nos lo proponemos. También es la evidencia de que no hace falta ácido para experimentar un excepcional viaje psicodélico y lleno de deliciosa enajenación mental; la que sentirás al acabar de verla y la que debe percibir Masaaki Yuasa cuando escribe estos santos guiones. La animación es excelente y enigmática, como la que dos años más tarde se vería en la igualmente magnífica Tekkonkinkreet, también de los miembros de Studio 4ºC y dirigida por Michael Arias. Por si fuera poco, y de principio a fin, todo el apartado visual es un penetrante y sublime collage de técnicas tradicionales y digitales, colorista y demente, que no te dejaría escapar un solo instante si no es por pequeñas y agradecidas pausas argumentales que ayudan a respirar, y donde el ritmo baja para subir de repente de nuevo y sin previo aviso.

Como sólo otras obras de manufactura japonesa te dejan proyectar, esta película te hace querer sacar tus viejas ceras de colores del cajón para dibujar cacas de colores y criaturas gigantescas y estúpidas. Porque todo es sueño, de principio a fin, desde el sexo hasta la muerte, sea el mayor de los disfrutes o la peor de las tribulaciones. Qué tendrán estos jodidos nipones...

En definitiva. Entelequia delirante, Mind Game no es sino un excelso gesto de imaginación y creatividad; abundante, único, y que a veces te hará incluso pensar si el chalado eres tú mismo por disfrutar tanto.

¡Y que Pinocho se hinche y se haga rechoncho y trascendental dentro de aquella aburrida y húmeda ballena!