Supongo que ésta será la única conclusión que compartirán tanto los lectores como los espectadores de "El código Da Vinci". Yo no he leído el bestseller por lo que me limitaré a opinar sobre la película. Desde que supe lo mal que se documentaba Dan Brown - su descripción errónea de la Giralda sevillana dio también la vuelta al mundo - aún me entraron menos ganas de leer la novela. Sin embargo, hay que reconocer que su habilidad es máxima para sacar pistas y descubrimientos de una aparente nada y encima conectarlos entre sí. Este aspecto fundamental es seguramente el que critican tantos seguidores del libro, pues da la sensación de que Ron Howard cuenta la trama a veces de manera confusa, con incoherencias o avances muy rápidos. Personalmente creo que el director invita también a la gente a pensar y tratar de resolver los enigmas propuestos. De hecho, me atrevería a asegurar que cuando vea la película por segunda vez, lograré atar los cabos sueltos que me han quedado por el camino.
El mayor defecto de la adaptación cinematográfica de "El código Da Vinci" es, bajo mi punto de vista, el recargado acento gabacho con que han doblado a los franceses (eso y que las conversaciones entre los propios franchutes estén subtituladas, lo cual es bastante cansino). Tampoco la intriga engancha realmente hasta casi la hora, con la explicación academicista del personaje de Ian McKellen (para mí el mejor de la película). Y, para colmo, alguna que otra "fantasmada" que no sé si aparece en el libro (ver spoiler).
No obstante, "El código Da Vinci" no es tan mala como algunos la presentan. Entretiene, por momentos llega a apasionar en cuanto a su misterio, y te obliga a replantearte tus firmes creencias. Luego ya cada cual que piense lo que quiera.
El problema que tiene la película es que se ha oído hablar tanto de su contenido, se ha debatido tanto sobre el asunto de Rennes-Le-Chateau en los programas de Iker Jiménez, que difícilmente puede sorprender.