He de decir que Easy Rider me ha abierto lo ojos; he sido objeto de una iluminación místico-cenital y ahora me veo en la obligación de lanzar una hipótesis científica. Y digo: ha de haber una relación entre el frescor sobaquil inducido por la conducción de una Chopper (que obliga a levantar tanto los brazos para asir el manillar) y la metabolización de sustancias tóxicas vertidas al torrente sanguíneo.

Estoy casi convencido de que tanta aireación de una zona tan rica en ganglios ha de estimular la segregación de alguna hormona que acelere la limpieza de una sangre tan cargadita de porros, LSD, cocaína y alcohol, permitiendo así, no sólo conducir tan endiabladas máquinas, sino escribir guiones cinematográficos, interpretarlos ¡e incluso dirigirlos!

Por lo demás… sí, estoy de acuerdo: menos malos son un par de adictos bien provistos de sustancias, pacíficos y erráticos, que un paleto asesino de Louisiana. Pero eso ya lo sabía yo antes de tragarme esta catástrofe cinematográfica.

Sigo, pues, empecinado en depositar mi fe en el sobaco de Dennis Hopper antes que en las drogas que se metía y sus apologéticas películas.

He dicho.