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Don Simón rating:
10
6.7
104
Drama. Thriller. Horror
Déjà vu concerns a troubled piano teacher, Mihailo (Mustafa Nadarevic), and his efforts to come to terms with reality through a love affair with a poor but industrious girl, Olgica (Anica Dobra). He is deeply traumatised by the events of his childhood, as well as by political oppression in his youth. Decades later, all those traumas lead to carnage.
Language of the review:
- es
February 3, 2011
9 of 12 users found this review helpful
Faltaban un par de años para que Croacia se llenase de llaveros de Snoopy con el uniforme ustacha o para que en Serbia proliferaran las banderas con el águila bícefala, sin la estrella roja, y los partidos chetniks. En la gestación de este clima Goran Markovic rodó 'Vec Vidjeno', una cinta sobre las heridas sin cicatrizar de la revolución partisana y la decadencia del ideal comunista tras el sesentayochismo. Si bien lo hizo a través de la mente de un protagonista de personalidad reprimida y con instintos psicopáticos, no es una película del género 'serial killer' al uso, aunque leo en imdb que así fue publicitada en la prensa yugoslava. Es mucho más.
Un apabullante Mustafa Nadarevic, Mihailo, es un profesor de piano en la Yugoslavia de 1971. Dos pequeños detalles dejan ver cuál era la situación del país: en un informativo dan la noticia de la destitución de Aleksandar 'Leka' Rankovic', lugarteniente de Tito, encargado de la seguridad del dictador y que velaba por Yugoslavia con mano de hierro. Tras las manifestaciones del 68 y las rebeliones nacionalistas en Croacia, llegó la Constitución del 72 y cierto lavado de cara del régimen. La caída de Rankovic fue el gesto más importante dentro de estas reformas; al mismo tiempo, Markovic nos muestra juventud arrogante y vaga apostada en las esquinas, juventud que le da al karate y juventud que tatarea a los Rolling Stones y de mayor quiere ser modelo de pasarela.
El país de los partisanos había cambiado de cabo a rabo.
Continúo en el spoiler.
Un apabullante Mustafa Nadarevic, Mihailo, es un profesor de piano en la Yugoslavia de 1971. Dos pequeños detalles dejan ver cuál era la situación del país: en un informativo dan la noticia de la destitución de Aleksandar 'Leka' Rankovic', lugarteniente de Tito, encargado de la seguridad del dictador y que velaba por Yugoslavia con mano de hierro. Tras las manifestaciones del 68 y las rebeliones nacionalistas en Croacia, llegó la Constitución del 72 y cierto lavado de cara del régimen. La caída de Rankovic fue el gesto más importante dentro de estas reformas; al mismo tiempo, Markovic nos muestra juventud arrogante y vaga apostada en las esquinas, juventud que le da al karate y juventud que tatarea a los Rolling Stones y de mayor quiere ser modelo de pasarela.
El país de los partisanos había cambiado de cabo a rabo.
Continúo en el spoiler.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
En este contexto, con los nuevos aires, la bellímisma Anica Dobra , Olgica, (que debutaba en la gran pantalla), siempre con minifalda, siempre de rojo, seduce sin buscarlo al profesor de piano de un centro educativo. Un pianista que llevaba décadas sin tocar. Encaprichada inicia una relación sexual sin compromiso con él. Pero resulta que este hombre es un tipo singular. Reprimido, tímido, le cuesta desenvolverse. Está mortificado. Aunque al final, en una terapia a base de coitos, va volviendo a la vida.
Fue un niño que no salía de las faldas de su madre. De una familia acomodada, siempre vestido de marinerito. Su padre estaba relacionado con el mundo del espectáculo y era un bon vivant. Terminó divorciándose de su mujer y haciéndole daño.
Todos estos recuerdos van volviendo a la mente del protagonista en su romance con Olgica. Comparte piso con otra familia, pero su espacio, que parece una alcoba con trastos viejos, un desván, resulta que lo conserva tal cual lo dejaron sus padres. Olgica se prueba trapos de su madre, enreda en sus estuches, joyeros... todo esto funciona como 'madalenas de Proust' con las que Mihailo va recuperando la memoria.
Llegaron los partisanos y sentenciaron a muerte a su padre por colaboracionista. Su madre enfermó, tras intentos de suicidio, y terminó postrada en la cama. Él no pudo cuidarla porque una familia, que ocupó literalmente su casa en nombre de la revolución, se lo impidió. La madre muere. Él se queda solo. Arrinconado. Aguantando durante años los cánticos de un partisano borracho y sus camaradas en la habitación de al lado, sin tabique, separados por una estantería.
Tras regresar a la vida, a su mente, tal y como la dejó veinte años atrás, al tomar conciencia, vuelve a encontrarse con lo mismo. La chica, muy comprometida con el sistema, utiliza la revolución (una obra de teatro que han de realizar en el centro) para trepar. En eso se había convertido el Partido Comunista en todos los países del Este. En una mentira para arribistas. No en vano, Olgica no tarda en mostrar interés únicamente en que Mihailo toque en piano en la función organizada por ella, gracias a la cual, si es un éxito, podrá entrar en el partido y comparse un piso propio (el problema de la vivienda es recurrente en el film, familias compartiendo, una frase de un viejo "pocos de Belgrado vivimos en el viejo Belgrado").
Y para rematar, Olgica se entretiene con el joven, guapo y ufano profesor de karate. Mihailo se siente utilizado. Para Olgica es natural. Sus caprichos son lo primero, reivindica. Como una ideología cuyo epitafio reza que utilizó al hombre a su servicio, en lugar de al revés: el comunismo. Entonces Mihailo estalla y, ahora sí, comienza una película gore al clamor de una sentencia: el odio se alimenta de odio.
Fue un niño que no salía de las faldas de su madre. De una familia acomodada, siempre vestido de marinerito. Su padre estaba relacionado con el mundo del espectáculo y era un bon vivant. Terminó divorciándose de su mujer y haciéndole daño.
Todos estos recuerdos van volviendo a la mente del protagonista en su romance con Olgica. Comparte piso con otra familia, pero su espacio, que parece una alcoba con trastos viejos, un desván, resulta que lo conserva tal cual lo dejaron sus padres. Olgica se prueba trapos de su madre, enreda en sus estuches, joyeros... todo esto funciona como 'madalenas de Proust' con las que Mihailo va recuperando la memoria.
Llegaron los partisanos y sentenciaron a muerte a su padre por colaboracionista. Su madre enfermó, tras intentos de suicidio, y terminó postrada en la cama. Él no pudo cuidarla porque una familia, que ocupó literalmente su casa en nombre de la revolución, se lo impidió. La madre muere. Él se queda solo. Arrinconado. Aguantando durante años los cánticos de un partisano borracho y sus camaradas en la habitación de al lado, sin tabique, separados por una estantería.
Tras regresar a la vida, a su mente, tal y como la dejó veinte años atrás, al tomar conciencia, vuelve a encontrarse con lo mismo. La chica, muy comprometida con el sistema, utiliza la revolución (una obra de teatro que han de realizar en el centro) para trepar. En eso se había convertido el Partido Comunista en todos los países del Este. En una mentira para arribistas. No en vano, Olgica no tarda en mostrar interés únicamente en que Mihailo toque en piano en la función organizada por ella, gracias a la cual, si es un éxito, podrá entrar en el partido y comparse un piso propio (el problema de la vivienda es recurrente en el film, familias compartiendo, una frase de un viejo "pocos de Belgrado vivimos en el viejo Belgrado").
Y para rematar, Olgica se entretiene con el joven, guapo y ufano profesor de karate. Mihailo se siente utilizado. Para Olgica es natural. Sus caprichos son lo primero, reivindica. Como una ideología cuyo epitafio reza que utilizó al hombre a su servicio, en lugar de al revés: el comunismo. Entonces Mihailo estalla y, ahora sí, comienza una película gore al clamor de una sentencia: el odio se alimenta de odio.