Caer y levantarse. Es lo que hay que hacer para pasar de ser vivo a muerto viviente. Y es lo que hace The Walking Dead para no dejarme con la tan amarga sensación del "no, ya paso de empezar la siguiente temporada".

Porque la serie empieza desde muy alto. Se agacha un poquita, y en pleno ecuador, tropieza y... pum, plim. Tampoco es como para calcarle un suspenso al cuarto capítulo, ni al quinto... pero en ellos se nota que esta The Walking Dead no tiene guión para tirar con regularidad de seis capítulos, que tampoco es mucho pedir.

Y es que los elementos que a tan alto nivel de expectativas colocaron a la serie en el primer capítulo (véase crítica al primer capítulo), van apareciendo cada vez más desperdigados, hasta un último capítulo que bueno, consigue que, al menos, uno recupere la fe perdida al ver que con toda la geta del mundo, los zombies pasan de pronto a ser un elemento secundario, con poca presencia. No es que me pongan en exceso. Pero tampoco venía a ver una sitcom. Quería dosis de intesidad y acción tan lúcidas y bien ensambladas como las del primer capítulo, desaparecidas en los tres últimos del todo.

Vale, no nos olvidamos del ritmo, de una producción sobresaliente y de un entretenimiento que a pesar de todo no parece. Pero toca esperar a una segunda temporada, preguntándose si realmente, de seguir el rumbo últimamente seguido, hay material para trece capítulos.