Jaime Rosales hace una minuciosa disección de la maldad en estado puro, de como una persona puede transmitir a su entorno más directo, y supuestamente más querido, un constante mal rollo. Con humillaciones directamente buscadas que ahogan a quienes la sufren, anulando personalidades, transmitiendo un sentimiento de vacío, culpa y desamparo que se traduce en una desesperanza de fatales consecuencias.

La cinta se rodea de un reparto de lujo, y me ha sorprendido gratamente Joan Botey. Es un digno malvado, está a la altura de un papel clave para el sustento de la trama, con una despreciativa e hierática mirada, emana desprecio hacia sus semejantes.

Artista consagrado, acoge a una principiante que lleva la pesada losa de no saber la identidad de su padre, y junto al hijo y mujer de su tutor, va a vivir una sucesión de desdichas, con mentiras y medias verdades que abocan al abismo.

Tiene este director una personalidad bien definida, que lo hacen identificable, creando atmósferas sutiles que envuelven historias siempre interesantes. Cuando lo he leído y escuchado en entrevistas me ha resultado un personaje un tanto singular, de raro lo podríamos calificar. En cualquier caso me resulta un extraño con potencial