Creo que esta fue la primera película que retrata a Vlad III de Valaquia (para los amigos, Vlad Tepes o Vlad el 'Empalador') antes de convertirse en el vampiro por antonomasia Drácula. La premisa ciertamente tenía bastante potencial porque el mismo Vlad antes de hacerse funcionario de Hacienda también tenía fama de tener más mala leche que Pablo Alfaro los fines de semana cuando jugaba al 'furbito'.

No obstante, lo que podía haber sido terminó no siendo para lamento de quienes pusieron la pasta y para el espectador porque había más material para aprovechar del que se termina plasmando en la pantalla.

El prisma de un Vlad buenazo que tiene que pactar con el diablo para salvar a su gente de los turcos se puede comprar o no comprar; personalmente, si ya en la versión de Francis Ford Coppola mucha gente (incluido yo) nos tragamos lo del Drácula enamoradizo, no veo el porqué ahora esto no se puede tolerar. Otra cosa es que la narración tiene prisa por terminar pasando de la introducción, al nudo y al desenlace casi a velocidad de vértigo cuando no le habría venido mal algo más de pausa.

Los cimientos no estaban mal construidos. El reparto no está del todo mal (solamente a Dominic Cooper no me lo creo del todo como villano de la función) con un Luke Evans al que no le queda grande el personaje tan mítico que interpreta. La fotografía, la dirección artística y el vestuario están resultones y la banda sonora pone de su parte; pero las prisas rara vez son buenas consejeras y lastra mucho el resultado final cuando no da tiempo a crear una conexión con los personajes ni a empatizar con el pueblo del príncipe Vlad ni nada faltando mucha fuerza en el relato.

Parecía que tenían planes de secuela, y para lo que quedó el filme mejor dejarlo así antes de cagarla más y tirar más aún por el suelo a un personaje legendario.