Stanley Kubrick tenía en mente realizar una película sobre las Guerras Napoleónicas y para ello dedicó bastante tiempo recopilando infinidad de información y bibliografía sobre el asunto. Pero ante la inviabilidad del proyecto el director tuvo que abandonar la idea. Sin embargo, Kubrick no quiso desaprovechar la enorme información recabada y se prestó a adaptar y dirigir Barry Lyndon, basado en la novela del escritor inglés William Makepeace Thackeray. Una vez conseguido el plácet de los productores que no lo dudaron ni un momento ante el prestigio y el crédito del afamado director, Kubrick se puso en acción y empezó a filmar la película con su característica meticulosidad.

Barry Lyndon es un fresco histórico, una de las películas más bonitas que se hayan hecho. A lo largo de tres entretenidas horas el director nos sumerge de lleno en el siglo XVIII con una perfecta recreación de la época sobre todo a nivel de vestuario, maquillaje y los escenarios naturales en los que se desarrolla la trama. Espectaculares castillos y vistosos paisajes son retratados con elegancia y esmero por la cámara de John Alcott, que se llevó el Oscar, en una película con un ritmo deliberadamente lento para degustar cada planificado y ceremonioso fotograma como si estuviéramos viendo auténticos cuadros de época en movimiento. Todo ello acompañado de acertadas piezas de música clásica que encajan como un guante en la ambientación de los hechos narrados. Una vez más Kubrick volvió a dar sobradas muestras de su buen gusto musical.

Cuenta la historia de las aventuras del irlandés Barry Lyndon. El auge y caída de un hombre que llega a codearse con la flor y nata de la nobleza europea en una época en la que todas las diferencias entre caballeros se arreglaban mediante duelos a espada o pistola. Ryan O´Neal es un correcto Barry Lyndon acompañado de la delicada belleza de Marisa Berenson.