Hasta el momento en que un empleado de la televisión entra en el despacho del director de la cadena, todo la película o casi toda la vivimos desde el punto de vista de Wei Minzhi, por eso nos transmite una sensación kafkiana de impotencia que casi nos llega a ahogar. Pero como esto, por fortuna, no es cine francés ni amateur, el director coge y da un vuelco a la línea de la película y mete un felicísimo y conmovedor final, que para mi gusto es completamente apropiado y necesario. Pues lejos de lo que algún principiante podría juzgar de primeras, esto no es una película "para llorar".