Cada vez que yo decía de ponernos a ver, qué te digo yo, PLATOON o ADIóS A MI CONCUBINA y otras pelis del estilo, mi madre me interpelaba diciendo, ‘¡¿no será de sufrir?!’ Y yo siempre intentaba engañarla o maquillar la realidad, para que se quedara a disfrutar de las interpretaciones, el guión, la fotografía y la banda sonora de aquellas grandes películas, que no obstante y en eso tenía razón, te hacían pasar un mal trago por su crudeza y capacidad de hacerte sentir identificado con la aflicción de los protagonistas.

En cierta ocasión, sin embargo, logré persuadirla para que empezara a ver BAILAR EN LA OSCURIDAD, atraída por el tono musical de la obra (ya que mi madre ha sido siempre aficionada a los musicales de Hollywood). Como ya a mitad de la cinta, se enganchó a la historia, a pesar de que se olía el pastel, terminó por fin de verla con docenas de pañuelos mojados a su alrededor, y prometiéndome consecuencias negativas por mi engaño.

¿Acaso le disgustó la película de marras, le pareció mala? No, evidentemente. Pero hasta ese momento no me entró en la cabeza que ella, con todo el derecho del mundo por otra parte, se sienta a ver películas para pasar el rato, para reírse, para entretenerse y en definitiva, como una distracción escapista. O como dice ella, que para sufrir, ya está la vida real, no necesita que una película le enseñe a hacerlo a alguien que ha vivido años bastante duros.

(Sigue...)