Siento contradecir a la mayoría de las críticas, y a la evaluación general de este cortometraje holandés, pero a mí no me ha calado hondo. Bueno, ni siquiera me ha calado. Leo que tiene una música maravillosa y acorde con las imágenes, y ahí estoy en desacuerdo. Ese acordeón machacando el ritmo de innumerables bicicletas me resulta cansino y pesado en los más de 8 minutos que dura la historia. Las imágenes son más bien discretitas, con una animación sencilla y que sí, que le podríamos llamar pasable. Y la historia... ¿Qué quieren que les diga? Un padre y una hija que se despiden en un mundo lleno de bicicletas y él se monta en una barca y desaparece en la lejanía. La alegoría de la muerte está bastante clara, pero la niña sigue visitando el lugar del adiós a lo largo de su vida, siempre montada en bicicleta en un país de bicicletas. Que la vida es un concepto circular para Michael Dudok de Wit queda bien claro a lo largo de este corto, sobre todo si intentamos contar las ruedas que aparecen. Al final, el círculo se cierra y no sé muy bien por qué en el mismo sitio. A ver si algún día tengo la oportunidad de preguntarle al director.