El dueto interpretativo de Ingrid Bergman y Liv Ullman ya hacen de este filme una joya de museo. Pero no hay que olvidar que Sven Nykvist nos obsequia largas tomas en primer plano en las que el maestro Bergman exprime hasta la última gota de los sentimientos de ambas mujeres, planos en los que vemos cómo se humedecen los ojos a causa de la tristeza, cómo los pliegues de la piel vibran en cada gesto de frustración y resentimiento. Estamos ante una obra llena de odio, de rabia, de dolor contenido a punto de estallar. Es una película que logra trascender la pantalla para meterse en nuestras venas y sentir cómo nos hierve la sangre al identificarnos con la hija abandonada y menospreciada. Las actuaciones son perfectas, sin más. No hay errores, sólo aciertos, uno se olvida totalmente de que son actrices, simplemente se convierten en seres lastimados por la vida. Bergman nos deleita una vez más con su infalible mirada al abismo del alma humana.
Sonata de otoño es un filme que no se disfruta, se sufre. Y eso es el buen cine.