Jason Stantham tiene un audi del copón, un casoplón en la Costa Azul y un vestidor tipo “Sexo en Nueva York” lleno de trajes (todos iguales, pero él es tan duro que le da lo mismo). En otro orden de cosas, da patadas voladoras y reparte cera como Van Damme en sus buenos tiempos y en sus manos una corbata es un instrumento de defensa, una americana es un arma letal y un gayumbo es un arma de destrucción masiva. No es coña, tiene más peligro con un calcetín en la mano que con una llave inglesa o un cuchillo. Por decirlo en pocas palabras, es el yerno que todas las madres querrían tener.

Después de salvar a unos chinorris en “Transporter” y al mundo entero en “Transporter 2”, “Transporter 3” nos introduce de cabeza en a una innovadora trama en la tendrá que poner toda la carne en el asador (o sea, todo su repertorio de hostias) para rescatar a una chica, estropear los malvados planes de unos capitalistas que quieren contaminar el medio ambiente y dar sentido a su vida, ya que empieza a darse cuenta de que se siente sólo y que pasarse los días pescando robalizas en la playa con su bonachón amigo policía es un peñazo (en ese orden: chicas, villanos y aburrimiento). Y todo a ritmo de ese hip-hop magrebí que caracteriza las películas de acción francesa y que, para qué vamos a negar, da el ritmillo que se merece a las peleas y persecuciones.

Típica y de ritmo irregular, con muchas escenas de transición prescindibles entre peleas multitudinarias con malos gigantescos de fin de fase, “Transporter 3” tiene un pase porque está hecha con profesionalidad y por el carisma personal de Stantham del que ya he hablado en otras películas. Mucho más comedida que la segunda parte y del estilo sobrio de la primera, se puede disfrutar, o por lo menos no decepciona, si no se le buscan las cosquillas y se pasan por alto sus limitaciones argumentales y lo superficial de los diálogos.