Wonder Bar es una película pre código Hays, y se nota: reina una alegre amoralidad en el ambiente, sin esa molesta ñoñería tan cara a los estadounidenses. Para empezar, tenemos un asesinato cuyo culpable no pagará. Tenemos a dos maridos dispuestos a engañar a sus esposas como sea, esposas que están dispuestas a engañarles como sea sin el menor remordimiento..., en un menage à trois. Tenemos la maravillosa escena en que un caballero se acerca a una pareja para solicitar su turno de baile y se lleva... al otro caballero. Sin escándalos, sin fingimientos, todo ello como la cosa más natural del mundo. Y tenemos un par de coreografías del gran Busby Berkeley que hay que verlas para creerlas. Lo cual significa que, más de ¡80 años! después de su realización, Wonder Bar está fresca como una rosa y dispuesta a aguantar 80 más sin el menor esfuerzo. Sí, los cantantes gorjean en exceso (excelente Al Jolson, siempre en un punto ambiguo que a veces me recordaba al presentador de Cabaret), y Dick Powell aún era un jovencito relamido, lejos de su aclamado Philip Marlowe de Historia de un detective. Pero hay mucho más, alegre inmoralidad desde el primer plano al último: esas columnas surcadas por venas entre las que se deslizan bailarinas iluminadas de tal forma que sus transparencias den el resultado apetecido, el irreverente número de la mula que sube al cielo, el baile sadomaso de Cortez y la bellísima Dolores del Río... Wonder Bar nos depara maravillas mil. No os la perdáis. Acaba de salir en programa doble con Una chica de pueblo, ya comentada por mí hace poco. Tirad ésta y quedaos con Wonder Bar. Para ver y disfrutar una y otra vez