Yo ya sé que a los fans del género nos dan cariñito estas películas; duran entre 60 y 70 minutos, estan rodadas en un pulcro B/N, y en todos los apartados se intenta cumplir con dignidad. Ésta pertenece al ciclo de la Momia que había empezado tan bien con la versión de Karl Freund, y que poco a poco fue degenerando hasta convertirse las películas en copias insulsas de sí mismas. Tenemos en este caso la típica maldición que afecta a una familia norteamericana por haber violado una tumba prohibida. La momia, con tres mil años a cuestas, se arrastra hasta Estados Unidos para cumplir su venganza, a las órdenes de un botarate relamido (Turhan Bey, tan mediocre como siempre), sumo sacerdote del culto de tal y cual. La momia, que debe oler a kilómetros de distancia y va perdiendo las vendas en los zarzales, se dedica a estrangular, con una sola mano, a familiares y amigos sin hacer distinción, hasta que el sacerdote se fija en las tetas de Elyse Knox (¿y quién era esta chica tan bien esculpida?), y decide concederle la inmortalidad y follársela por los siglos de los siglos. Pero enseguida se forma la típica turba de paletos analfabestias que se proveen de antorchas (¡en pleno siglo XX!) y al cementerio van para acabar con el monstruo, prendiendo fuego de paso a la casa del protagonista porque, como todo el mundo sabe, la mejor forma de salvar a una doncella presa en las garras del ente de turno es arrojar muchas antorchas y encender una gran hoguera redentora, aunque perezca hasta el apuntador entre las llamas. Montones de stock shots de otras películas de la saga, y el misterio de quién encarna a la Momia, porque señalan las crónicas que no era Lon Chaney Jr, sino que se limitaron a tirar del nombre. Si Esther Williams mojada era una estrella, podríamos decir que Lon Chaney Jr. tapado era un actor. Poquita cosa.