Como todo el mundo sabe, esta película es un homenaje a las viejas comedias de Doris Day de los años 60. Todo en ella va encaminado en ese sentido, desde la música tipo Frank De Vol hasta los títulos de crédito y el diseño de las letras. La trama es adecuadamente ñoña pero puesta al día, con osadías en los diálogos y las situaciones que la censura de entonces no habría tolerado (por ejemplo, la algo zafia escena de la pantalla dividida con Zellwegger y McGregor). La diversión y el desenfado imperan, y cabe decir que la película posee la virtud de no ofender al espectador en ningún momento.
La elección de actores no deja de ser chocante. Si Doris Day llegó a ser conocida como la "Virgen de América", para reemplazarla han escogido a Renée Zellwegger, cuyas, ejem, facciones insinúan una propensión desmesurada a la felación. Como alter ego de los Rock Hudson, James Garner o Rod Taylor (no me olvido de Cary Grant, pero eso son palabras mayores), el galán es uno de los actores más inteligentes y brillantes de su generación, Ewan McGregor, que no suele frecuentar este tipo de cintas (da el pego, vale decir). Y como sosias de Tony Randall, el siempre quejoso y desafortunado en amores amigo del protagonista, está David Hyde Pierce, fastuoso intérprete de El perfecto anfitrión y gay reconocido. Y como guinda del pastel, el propio Tony Randall, muy envejecido, pero dispuesto como siempre a aportar su chispa.
En suma, un espectáculo placentero.