Para su debut en la dirección, Dustin Hoffman se ha ido a Inglaterra (excelente decisión) y ha decidido homenajear a la farándula: por una parte a los músicos que emocionaron tanto a auditorios de ópera como a teatros populares donde reinaba El Mikado (la película transcurre en una residencia para músicos ancianos, y con el bolsillo forrado, todo hay que decirlo), y por otra a sus compañeros de profesión, los actores, de los que toma a algunos de los más egregios representantes del cine y la escena británicos: la gran Maggie Smith, un recuperado, y todavía apuesto, Tom Courtenay, el incomparable Michael Gambon, el robaescenas Billy Connolly, y la pizpireta Pauline Collins, junto con otros muchos más actores y músicos que conocieron el éxito en su momento (conviene no perderse los títulos de crédito finales). Filma nuestro Dustin con humildad y serenidad una historia que podríamos acoger al subgénero tan en boga de "comedia geriatrica", sin alzar la voz, casi de puntillas, disfrutando de cada plano y, por supuesto, de cada gesto de esos gigantes que desfilan por la pantalla casi como si se encontraran en una fiesta privada y se lo estuvieran pasando en grande. Domina la elipsis para no añadir ni un minuto más de lo conveniente y arrulla al espectador con una historia bien construida y vetebrada por Ronald Harwood, otro veterano. Y sin azúcar ni sacarina, cosa muy importante. Una agradable sorpresa.