Poco se puede añadir más si de una comedia uno como espectador queda satisfecho porque han aparecido las risas. El humor es subjetivo y no todas las patochadas de Brancaleone harán gracia a todos, pero lo que es indudable es que el sano objetivo por parte del realizador, al menos es mi opinión, se alcanza sobradamente. Es importante puntualizar que las risas no aparecen sólo por un chiste concreto, se trata de una concepción general que cumple desde el principio, desde la presentación. Es una road movie medieval, con un Vittorio Gassman que se exhibe con la interpretación de un personaje histriónico y ridículo, portador de los valores caballerescos, valiente y altivo, inmenso, grotesco... Sencillamente ocupa la pantalla.

El guión me parece muy elaborado, no se trata de una suma de gags yuxtapuestos (que tampoco estaría mal) sino que existe una coherencia interna aunque el fin, el objetivo de los personajes y sus movimientos, sea de lo más estúpido. Por supuesto que nada tiene que ver este humor con el de los Monthy Python, pero tampoco hay que enfadarse por opiniones que señalan que es un precedente, porque Brancaleone va antes cronológicamente y hay mucho surrealismo, muchas ganas de pasarlo bien y hacer reír. Ya vendrán los caballeros de la mesa cuadrada, yo sólo digo que antes vino Brancaleone formando su ejército, espada en mano, lanza, hacha, con su caballo amarillo... No es poca cosa. Agradecido estoy de poderme reír de estas tonterías, de la canción que entonan, de la miseria que acompañan y el humor, ay!!!; el humor!!!; lo sano que es y cómo apetece de tanto en tanto. Todos sabemos que es más fácil hacer llorar, la suerte es que a Monicelli esto de hacer reír le salía muy bien...