Los protagonistas Pierre Niney y Guillaume Gallienne son grandes actores del sacrosanto teatro parisiense de la Comedie Française y se nota. Pero lo más excelente es lo bien que resisten los primeros y segundos planos, el arte de la interpretación cinematográfica.

Si las emociones son contenidas, como las relaciones sexuales omnipresentes en el último tramo, es porque las luces y sombras de un ser autodestructivo, bajo tratamiento como maniaco-depresivo así lo imponen: un deslizamiento hacia el horror que apenas se vislumbra.

La película cautiva porque está realizada —con una fascinante banda sonora— con un cuidado exquisito en todos los aspectos, una elegancia formidable a la par de los diseños del célebre modisto.

No pasa del notable porque el desenlace no está a la altura, demasiado brusco. Pero todo lo demás sumamente interesante. Desde el comienzo ya se dice que el protagonista ha muerto, lo que nunca se dice es que, a pesar de lo autodestructivo que fue, falleció a los 71 años y llevaba 16 años separado de su pareja-amigo y socio.

Es, en definitiva, una atractiva introducción a la vida de un creador genial que hizo una gran fortuna en el "chaleco de fuerza" de una pertinaz depresión.