Digamos que historias como ésta, a priori, no me interesan demasiado. Ya se sabe: drama, discapacidad, basado en hechos reales. Como para echarse a temblar, ¿no? Pero viene bien correr riesgos de vez en cuando y lanzarse a la piscina, más si la crítica acompaña.

Así, lo que me he encontrado es una historia muy bien tratada, sin efectismos ni manipulación emocional de ningún tipo, salvo la que se deriva, inevitablemente, de su premisa, muy dura. Es bastante meritorio, pues, que lo que podría haber sido una oda al empalago o un exponente más de aquellos que, por ejemplo, mis hermanas califican como "películas para llorar" acabe resultando ser un canto tan natural y vistoso a la vida, en todas sus formas, no siempre cadenciosas y agradables a la razón y los dictados del sentido común, engañoso en la medida que no todo está diseñado, precisamente, a la medida, válgame la redundancia. Pocas respuestas se arrojan a lo largo del metraje, poco discurso sibilinamente enfocado de cara a plasmar algún tipo de parecer, nada de eso; sólo un hombre, su historia y pequeñas conquistas, desde una cama de algún hospital en algún punto de Francia. Apología de lo cotidiano. Olvidemos, pues, los nombres: este relato es universal. Una de tantas vías para darse cuenta de lo que se tiene y de hasta qué punto, (in)justamente, se valora. Ahora todo depende de ti, de mí, de ellos y de cierta clase de fe tan necesaria como difícil de entender, a veces. Y es que en cualquier caso, siempre es un buen momento para reír, dejar volar la imaginación o darle gracias a la vida.

O al menos intentarlo.

PD. Genial fotografía y genial banda sonora.