Hacía tiempo que me apetecía revisionar esta joyita del cine de aventuras de los ochenta, y comprármela en dvd ha sido una buena excusa para ello.
No soy muy fan de John Carpenter. Tiene cosillas que me gustan, y otras no tanto, así como un tercer grupo de películas que no me apetece para nada ver -vampiros y fantasmas de Marte, por ejemplo- pero la verdad que esta película tiene un encanto muy especial.
Con un presupuesto bastante ajustado y reservado, el señor Carpenter se sacó de la manga esta película de un guión que tenía escrito hacía tiempo. Un guión que, cabeza de la estatua de la libertad a parte (guiñazo a el planete de los simios de Heston) por aquel entonces era bastante peculiar y original. Y es que, como siempre digo, para mi tienen un encanto especial las películas de futuros apocalíticos como esta. Además que tiene su encanto verla ambientada en el futuro desarrollándose en el año 1997. Nada, doce años que han llovido de ese supuesto futuro. Pero me sigue gustando igual.
La producción no es gran cosa. Mucha suciedad, trastos por doquier en medio la calle, edificios a medio caerse, coches destartalados. Todo muy sucio y decadente. Por ahorrarse dinero, hasta cuando se estrella el Air Force One en la isla prisión, en vez de mostrar la secuencia (que seguro les habría costado unos cuantos dólares) lo plasman en la pantalla de un radar y asunto zanjado.
Con esto y muchos detalles más, vemos que la película es muy muy muy cercana a la serie B. Pero siguen siendo detalles que realzan su encanto, sobre todo con el paso de los años.
El helenco de actores tampoco tiene desperdicio: el gran Leonard Pleasence dando vida a un presidente tan decadente como el "mundo libre" que preside. No veremos aquí ningún panfleto político pro-usa, sino todo lo contrario. Se le muestra como una figura totalmente pusilánime. Ernest Bornigne, ese gran eterno actor de reparto. Grande y entrañable, pese a que pudo haber sido mucho más, pero es un actor que siempre me gustó y cayó muy bien. Otro que ha sido muy grande, uno de mis actores favoritos, el enorme Lee Van Clif, que como siempre, está fastuoso. Y por supuesto, hablar de Kurt Rusell, otro gran actor que podría siempre haber hecho mucho más pero que ha dejado un legado indiscutible en el séptimo arte. No es de extrañar que Tarantino, ese gran rescatador de ídolos del pasado (¿verdad Travolta?) le diera el papel protagonista en Death Proof.