Volver a revivir esta película treinta años después es un autohomenaje a una gran influencia de la infancia, un montaje que hace mirar al firmamento y creer en una luna creciente, a pesar de ser una cinta ilógica tiene la esencia de la vida y es capaz de dibujar a los humanos como a los extraños, juegos de luces y críos con una chispa artificial con la que de sobra se sabe juguetear, la madre les deja jugar con dinero pero no encargar pizzas, pero se genera una atmósfera aventurera que ha perdido, pero hace recordar.

El toque dramático familiar clásico y el contacto con la ternura y la curiosidad, hay que tener en cuenta que es la favorita de cuando pequeños, los hombres de linternas añaden la intriga, la comunicación y las emociones compartidas, la amistad y el humor, E.T. se ha quedado para hacernos pasarlo bien con sus expresiones y poderes, un ser capaz de revitalizar con su carisma, aprende y se adapta.

Una sucesión de secuencias inolvidables para volver a mi casa teléfono, la magia invade que la madre no le deje vestirse de jipi pero no le castigue por montar la revolución naturalista en clase, supuestamente estando borracho, el vuelo en la luna llena de Halloween y la no tan fácil habilidad para imprimir dolor, E.T. nos pone a prueba, el humano amenaza, llegan equipados como si fueran a pisar la luna para amedentrar, Spielberg siempre busca amplificar esferas, pero lo cierto es que la separación, la sincronización y la protección tienen una sensiblería que calca en el espectador, son trucos sentimentaloides que se siguieron en toda su carrera porque funcionan, porque enganchan, otras también juegan con la fuerza del amor como máxima insuperable, además, luego deja libre la burla y la satisfacción, y la suerte que tuvo E.T. de no caerse de la canasta...