El objetivo vital de conseguir la Felicidad es algo relativamente nuevo. Para la generación de mis padres es una idea exótica. No hubieran sabido qué hacer con la Felicidad, puesto que ellos vivieron para hacer lo que debían hacer. Entre esos deberes estamos nosotros.

Luego aparecieron los primeros jóvenes que comenzaron a viajar a Inglaterra con la excusa de aprender el idioma y el fin último de incumplir el mandamiento bíblico que les faltaba. Es la generación de mis tíos más pequeños.

Mis primos y hermanos mayores se encontraron el trabajo hecho. Y se dedicaron a reclamar para sí cosas como la Felicidad.

A alguien se le ocurrió destilar esa felicidad pura, cortarla en pedazos, concentrar la cantidad suficiente para toda una vida en pequeñas dosis de consumo diario, que se inyectaban en el alma hasta hacerla tan necesaria como el aire, y venderla como si fuera la propia sangre. La sangre, el alma, la vida entera estalla dulcemente y fluye caliente y así es como desde el principio debieron ser las cosas.

Esa vida se vive en un día y con ese día se acaba la vida para siempre hasta que vuelve a amanecer. Y todos los días vives una vida entera. Y todos los días se acaba.