En cuántas ocasiones me maravillé imaginando que pisaba esa luna remota, que a mis ojos parecía un rostro blanquecino y triste colgado en el cielo, observándonos en su infinita soledad.
Imaginando que surcaba esos cielos negros e insondables volando entre las estrellas para encontrarme con esa luna misteriosa y melancólica.
Cuando leí "De la tierra a la luna" de Julio Verne, me asombró que aquel hombre en cuyo cerebro se mezclaba una lucidez pasmosa con la más alocada imaginación, hubiera sido capaz de anticipar con tanta precisión y sorprendente acierto lo que sería la era espacial de los viajes a nuestro satélite. Era capaz de prever y abordar hipotéticas problemáticas que pudieran presentarse en una misión tan delicada, y de resolverlas con gran credibilidad. Aunque un viaje como el que él imaginó no fuera factible, desde luego, sin embargo para alguien que no es una experta de la NASA resulta un relato bastante coherente e interesante, y muestra sin lugar a dudas la prodigiosa mente científica y visionaria de un genio de la literatura.
"Viaje a la luna" de Georges Méliès bebe un poco de la fuente de Verne, otro poco de H. G. Wells y el resto lo saca de sus propios sueños. De nuestros sueños infantiles de aventuras por el espacio.
Un cuento breve pero efectista que Méliès, pionero en el invento de los hermanos Lumière, filmó con una maestría rayana en la magia, teniendo en cuenta que esta reliquia tiene más de cien años. Ya incluyó efectos especiales y trucos ópticos que para la época serían inauditos y que deslumbrarían a las primeras generaciones que se asombraron con ese invento del cinematógrafo.
Una pequeña delicia que ensalza la capacidad humana para la imaginación, la creatividad y también sus anhelos de aspirar a conocer los secretos de otros mundos probables.