"Roma, ciudad abierta" no es mi película favorita de Roberto Rossellini. Considero que el maestro italiano tiene piezas superiores enmarcadas dentro de la II Guerra Mundial (por ejemplo, "El general de la Rovere"). Sin embargo, esto no me hace restarle un ápice de validez a lo que este film supuso para el neorrealismo italiano y su apertura al mundo, aprovechando incluso la estética de los edificios de la propia Roma, fuertemente bombardeos por unos y otros en la contienda).

Esta película tuvo su momento y lugar cuando Italia quería despertarse de un mal sueño, de una pesadilla, mejor dicho. Los vientos de glorias imperiales del Duce y la alianza con la Alemania de Hitler habían desembocado en un terror y una ocupación que aquí se refleja muy bien. No obstante, a diferencia de futuras incursiones en este terreno, aquí no hay crítica interna transalpina, más allá de algunos colaboracionistas, como queriendo exorcizar el mal recuerdo en la ocupación extranjera.

Con un reparto espléndido, encabezada esta historia coral por el carismático Aldo Fabrizi, encarnando a un entrañable sacerdote, Rossellini y su equipo nos llevan a viajar por las calles oscuras de la Ciudad Eterna. Hay momentos de un aroma a cotidiano que encandila, especialmente en el universo de los niños, las cartillas de racionamiento, la forma en la que la gente viste, etc.

"Roma, ciudad abierta" cae en un sentimiento patriótico edulcorado, en ocasiones, si bien presenta historias intensas y trágicas escenas que la hacen evitar caer en el simple folletín o panfleto. Rossellini insinúa muchas cosas en esta tortuosa experiencia.

Un reparto en estado de gracia y un gran director para ir mostrando a la filmografía azzurra a dónde debían encaminar sus pasos para convertirse en legendaria.