"Amor a quemarropa" es un film que supuso la antesala de mucha gente que empezaba o estaba en vísperas de hacerse muy reconocible para el gran público. James Gandolfini aparece aquí ejerciendo el rol de sicario de la Cosa Nostra, regalando en su interpretación una gran brutalidad y una extraña simpatía en su lenguaje corporal. Es, por decirlo de alguna manera burda, como si el añorado maestro ya estuviera presentándonos el primer boceto de su legendario Tony Soprano.

No es el único caso, Christian Slater y Patricia Arquette con la pareja natural born killers que surgió de la genialmente febril mente de un videoclubero, referencias crípticas incluidas, llamado Quentin Tarantino. Tony Scott cogió un guión original extraño, pero que ya presentaba mucha de las virtudes de uno de los directores que más en boga se iban a poner en los 90. Hubo modificaciones en el affaire Alabama y Clarence, pero uno de siente en el mismo universo de lo que suponen "Pulp Fiction" o "Reservoir Dogs".

Una montaña rusa de emociones, guiños cinéfilos, violencia gratuita, escenas del más puro western (especialmente, el duelo de Dennis Hopper con Christopher Walken, historia de Sicilia incluida) y un Val Kilmer irreconocible como una alucinación de las que le surgían a Woody Allen en "Sueños de un seductor". Personajes puramente tarantinianos, especialmente un desaprovechado Gary Oldman, quien es un camello blanco que se comporta como el más nigga de los niggas, a apenas dos pasos de cruzar la acera de "The Wire".

Excesiva y alargada en su metraje, sigue siendo, pese a los años transcurridos, un visionado terriblemente agradable y con otra profecía de futuro, en este caso, merced a un fumado Brad Pitt, quien está abriendo la puerta de una figura quijotesca, "The Dude".

Hubo películas mejores en 1993, pero "Amor a quemarropa" captó perfectamente la esencia de su década...