Vistosa y entretenida producción de Henry Levin basada en la obra de Verne “Viaje al centro de la Tierra”, siguiendo la moda de las películas de aventuras que adaptaban las obras del visionario novelista francés en la década de los cincuenta, con un ritmo, una calidad técnica y un planteamiento similares a la inolvidable “20.000 leguas de viaje submarino” (1954) de Richard Fleischer.

El filme se desarrolla de forma bastante lineal, respetando el espíritu de las aventuras clásicas y ofreciendo un entretenimiento sólido. Se narra la expedición científica que emprende el profesor Lindenbrook (James Mason) para alcanzar el centro de la Tierra, gracias a una pista que ha dejado su primer descubridor, Arne Saknussemm. Para ello, Lindenbrook y su expedición bajarán por la fumarola de un volcán en Islandia y se adentrarán cada vez más en las entrañas de la Tierra, descubriendo increíbles y mastodónticas grutas y otras maravillas inesperadas.

El diseño de producción, a todo color, presenta una factura impecable, mostrando unos escenarios coloridos y espectaculares, con unos efectos especiales también notorios que dan a la aventura más emoción y variedad de situaciones. El viaje de Lindenbrook y sus ayudantes está plagado de descubrimientos y se fomenta la idea de que las maravillas que esconde la naturaleza sólo pueden ser reveladas mediante el conocimiento científico, la única herramienta que permite al ser humano saciar su innata curiosidad.

El reparto, bastante correcto sin más, lo encabeza un siempre interesante James Mason, quien ya saboreó estar en la piel de otro personaje de Julio Verne no menos mítico que el profesor Lindenbrook: el capitán Nemo del Nautilus en “20.000 leguas de viaje submarino”, película sensiblemente superior a ésta.

Otra cinta de aventuras clásica que, aún hoy, resulta tan agradable y efectista como lo fue por entonces. Recomendable.